jueves, setiembre 23, 2004

¿?¿?¿?¿?¿?¿?

2.
Gustavo tenía un libro que decía BELLAS ARTES, y todo el tiempo decía que iba a estudiar en la Escuela de Bellas Artes. Sin embargo, esto no se dio (y además todos sabíamos que no lo iba a lograr) porque en Bellas Artes no hay literatura, y lo que Gustavo quería era estudiar literatura.
Yo nada con las artes, claro que no, y por eso aquel día mientras Gustavo se paseaba y cruzaba la avenida Primavera uniformado de un extremo a otro, leyendo y contemplando gráficos y fotos de alguna que otra obra de arte del siglo XX, yo caminaba con Melisa mientras pensaba:
- ¿Qué tanto le habla a Gustavo? -refiriéndome a Margarita, quien lo tomaba de su casaca marrón mientras ambos cruzaban la pista, y yo pensaba cosas como:
- ¿Quién carajo es Gustavo?
Porque nunca me había hablado con él. Y ahora que pienso en eso, efectivamente, le hablo poco, o quizá nunca le he propinado palabra. Habían pasado un par de días desde aquella vez del parque, y entre los recuerdos que me inundan la cabeza, años después, es la escena en que estamos parados cerca al Centro Comercial el Polo, caminando los tres de la mano mientras las embarcaba en micros que las llevarían solo Dios sabe a dónde.
La cosa es que cruzamos la avenida Primavera, Margarita, Gustavo y yo, y Melisa, claro, y caminamos hasta un parque que era completamente desconocido para mí, cerca a la casa de Gustavo, mientras Margarita caminaba absorta del todo, y parecía interesada sólo en lo que él decía (y yo, con lo desesperado que me encontraba) mientras un par de chicos de la Touluse Loutrec, o pudieron haber sido veinte, fumaban mucha marihuana cerca a nosotros (y nosotros, que éramos tan niños) formando un círculo bajo el cielo gris de Lima. Tomé asiento, aprovechando para ocupar el lugar junto a Margarita, mientras Gustavo permanecía atento a lo que parecía una figura geométrica.
Margarita dijo:
- Me gustaría vivir en el siglo XIX...
Y esa fue una pregunta frente a la que yo tuve que decir:
- ¿Qué?
- Ya sabes, por la sensualidad... y todo ese rollo...
Y la verdad es que yo de arte sé poco, porque cuando veo una pintura parece que me pierdo en lo más insignificante, y en aquel instante lo único que yo veía eran puras pendejadas. Luego supe que la imagen a la que ellos se referían era otra, que resultó ser del siglo XVIII. Se llamaba “Experimento con la máquina neumática”, eso sí lo recuerdo. Me pregunté entonces, dónde carajo estaba la sensualidad, y creo que todos permanecimos callados.
Cambiaron de imagen. Ahora hablaban de otra cosa. Me pregunté si Gustavo traía aquel libro lleno de láminas para divertirse en clase, o si lo traía únicamente para poder presumir de ello. Hartado hasta los dientes de esa mierda, preferí irme a fumar al parque frente a la exposición, que es un parque frente a una casa pintada de amarillo, que creo que era un garaje (la cosa es que en ese garaje había un tipo, medio loco, medio anaranjado, que vendía todo tipo de drogas y alcohol) cuando de pronto me fijé un poco más en su cara y vi a Gustavo y luego vi a Margarita y a Melisa, estaban profundamente aburridos, y desilusionados, y me pregunté entonces dónde se había metido el gordo Manuel a la hora de la salida, porque si lo hubiera visto habríamos ido al parque frente a la exposición, que en realidad era un taller (¿taller de fotos?, ¿taller de autos?, ¿taller de artes plásticas?) y tal vez si lo intentaba averiguar, podría...
- Sí. Esa es buena -dijo Gustavo.
- Sí es buena -dijo Margarita después de una pausa- Es ¿surreal?...
Una pausa que se hizo eterna.
- Sí, supongo que sí.
Un avión pasó cerca. Los fumones de al lado se asustaron y huyeron despavoridos. Gustavo, Margarita y Melisa siguieron hablando solo que yo ya no los podía escuchar. Prendí un cigarrillo y me encogí de hombros.
- “Máquina gorjeante”. -Leyó Gustavo, una vez que el avión pasó, y lo pude alcanzar a escuchar- De Paul Klee, 1922...
Margarita asintió.
- Sí, parece surreal...
Una mueca. Una expresión agria. Una sonrisa de Melisa que rechazo categóricamente. Un recuerdo reciente y una pregunta ambigua sin ganas de ser concretada...
- ¿Qué te sucede Caneto? -preguntó alguien.
Aún recuerdo la cara de Gustavo con sus lentes de montura fina, y piso algo crocante que es un caracol, y suena hueco, acaramelado...
- Nada, no me pasó nada -y después de unos minutos que inquietante silencio-. Creo que mejor me voy.
Entonces me miraron atentos, todos, y luego me hicieron un largo adiós. Luego se perdieron otra vez en sus oraciones aparentemente intelectuales, y todo me parece como el día y los árboles, durante el invierno. Todo como una gran mueca burlona, y luego Margarita y Melisa regresan al colegio, y se esconden en un salón de clases a oscuras, hacen sus tareas, y no dejan de murmurar...

3.
La verdad es que una vez le hablé a Gustavo, él leía un libro que era de un autor ruso o algo por el estilo. La cuestión es que era fin de año y sería 4to de secundaria, porque ya no éramos tan inocentes entonces, no podíamos serlo. Nos habían dejado leer un libro acerca de un asesinato. Le hablé a Gustavo de eso, y él por entonces ya no era tan alto y habría engordado un poco. Vestía el uniforme convencional, pero ese día llevaba un buzo, por lo que supongo yo también lo llevaba, y sería viernes, aunque ya no estoy muy seguro de nada porque la memoria a veces falla.
Le pregunté:
- ¿Cómo estás, Gustavo? ¿Qué lees?
Y él me miró, aún lo recuerdo, con una cara de: ¿Y éste quién es? Pero afortunadamente, no lo tomó con una actitud de desprecio, y tampoco estuvo tan a la defensiva como me lo esperaba. Le propuse el trato. El sonrió y meneó mucho la cabeza. Trato hecho, me dijo, pero el trabajo no te lo haré yo, te lo hará un amigo, con mucho gusto, estoy más que seguro que él aceptará.
- ¿Pero por qué?
Gustavo sonrió. Hizo un par de muecas, muy extrañas, y luego miró alrededor de sí. Frunció el ceño debido al sol (serían las últimas semanas de clases, cerca al verano) durante el mes de diciembre.
- Mi trabajo ya casi está listo. Entiende que necesito mi propia nota. A parte la cosa es para dentro de una semana, y yo no tendría tiempo. Un amigo sí.
Le dije que solo le pagaría veinte soles, que no era mucho dinero, que apelaba a él por “la amistad que nos ha mantenido unidos desde hace años”. Y no esperé a que Gustavo hiciera otra cosa más que reírse tanto como yo. Entonces se dio cuenta de que mi humor negro se había estado retroalimentando sin ayuda de nadie desde hacía meses. Y le parecía bien. Y entonces él me pareció a mí “un gran tipo”.
- Ven conmigo a la salida, vive nada más a un par de cuadras.
Entonces le di la mano, y después de eso me dieron ganas de prender un cigarrillo, pero claro que no se podía mientras ambos nos ocultábamos detrás de las sombras, a mitad de la canchita de fútbol de secundaria, durante el segundo recreo. Gustavo se tapó la cara con un libro amarrillo, de letras estrambóticas, que rezaba El almuerzo desnudo, e imaginé que estaría leyendo algo porno.

4.
Después de clases la gente salía a la calle disparada. Rebusqué a Gustavo de entre todas las caras y las cabelleras negras y amarillas y rojas, bajo el sol de las tres de la tarde del mes de diciembre. Todos con las mochilas bien puestas en nuestras espaldas, todas bien depiladas ese año, porque se podía esperar cualquier cosa en 4to año de secundaria, cualquier cosa, menos eso.
No lo busqué demasiado y nos miramos las caras largo rato en la bodega, mientras compramos un par de cigarrillos y caminamos recto hasta la avenida Primavera, donde no repetimos la escena de aquella vez desde hacía más de un año, simplemente no nos habíamos visto la cara. Ambos estábamos más crecidos, ya éramos algo mayores. Nada era igual que antes, yo tenía 16 y no estaba para tonterías, me emborrachaba, y cuando nos detuvimos en el un grifo, no recuerdo para qué (creo que yo tenía que cambiar dinero) entré al Móbil Market y compré una cerveza para amenizar la cosa, y Gustavo pareció muy complacido. Apenas salimos le di un buen sorbo a la lata.
- ¿Qué te parece?
- Excelente con el calor.
Y continuamos caminando.
- ¿Dónde vive tu amigo?
- Cerca a un parque.
- ¿Dónde?
- Vive cerca...
Pasé un poco a lo era la intriga. Tarareé una canción de Andrés Calamaro. Gustavo sonrió. Luego me preguntó:
- ¿Fumas marihuana?
A lo que yo le respondí:
- Claro que sí -y era cierto, aunque no del todo- ¿por qué?
- No sé -y lanzó una carcajada-, ¡ja, ja, ja, ja, ja! - y luego me miró fijamente-. No sé, como cantabas eso de fumar un porrito...
- Sí, claro que sí... -le dije, convencido.
Luego añadió:
- ¿Sabes?, mi amigo no tiene ni idea de que voy a ir a su casa, ni que le voy a dar esta chamba. Pero nosotros necesitábamos justo veinte soles para comprar, ya sabes...
Llegamos a otro parque al que yo no había visto en mi vida: tenía una estructura enorme en el centro, una pileta que seguro no era ningún reto arquitectónico. A aquellas horas habían muchos niños jugando bajo el sol de primavera, y habían perros sin cadena que corrían libes y alguno que otro niño del colegio caminando por ahí. Calculé que esto quedaba cerca a lo que era el parque frente a la exposición (que, dicho sea de paso, ya no existía más). Entonces Gustavo me llevó a lo que era un pasaje, que desembocaba en una calle extraña, que era donde vivía este tipo que entonces vestía de hippie y que llevaba unas patillas enormes. Gustavo tocó el timbre, y esperamos largo rato, y aunque yo supuse que vivía solo, ya no estaba muy seguro de ello. La cuestión es que vivía en un segundo piso prestado o alquilado o qué se yo, en una casa medio ordinaria sin muchos miramientos. Apenas vio a Gustavo, esbozó una enorme sonrisa y nos dejó subir.
-¿Cómo estás, Gustavo?
- Bien, ahí... ahí...
- ¿Qué tal? -exclamé, saludando.
Patillas Enormes me miró sorprendido.
- El se llama Carlos Ernesto -Gustavo me presentó sin muchos preámbulos-. El nos va a conseguir el dinero que nos falta para la hierva... -dijo.
Patillas Enormes suspiró. Luego sonrió ensimismado y cogió un libro y luego lo dejó a un lado. Prendió lo que parecía ser un cigarrillo negro que luego pensé (durante un minuto) que podría ser marihuana, pero que no parecía nada. Olía a canela.
- ¿Y cómo es eso? -dijo riéndose-, ¿a quién tenemos que matar?
- A nadie, a nadie... -exclamó Gustavo- pero sí tiene que ver con un asesinato.
Lo miré, risueño, y le sonreí.
Todo combinaba muy bien con el verano, en aquella época. Acababa 4to de secundaria, y no era el fin del colegio, pero parecía como si algo hubiera muerto.
- Tienes que leer A sangre fría... -concluyó.
Y después de un minuto, agregó:
- Tienes que hacer un trabajo acerca de ese libro, nada más.
Patillas Enormes me miró.
- OK. -dijo, sin preguntar siquiera en qué consistía el trabajo.
Estábamos en lo que sería el comedor y la sala, lo que era a la vez, creo, la cocina, el depósito y la cama. Todos nos habíamos sentado en un colchón enorme en el piso y un montón de sábanas y ropa revuelta.
Patillas Enormes sirvió algo de té. Gustavo y él bebieron. Yo me dispuse a salir de allí lo antes posible. Averigüé dónde botar la lata de cerveza que había traído, y averiguar también si se le tenía que pagar todo por adelantado o después o cómo era el maldito asunto. Y de pronto estaba nervioso, como si me fueran a matar.
- Dame diez soles ahora, para no olvidarme del asunto. Y dame diez soles después, para no engañarte, y también para motivarme a mí mismo a hacerlo.
Y yo, tan inseguro de todo, le pregunté:
- ¿De verdad vas a hacer el trabajo? -Enmudecí-. Vamos... -y entonces miré fijamente a Gustavo-. Necesito pasar sí o sí...
- No te preocupes, amigo -dijo Patillas Enormes- ya leí el libro, y sé bien de qué se trata.
Lo que me hizo sentir más aliviado. Sin embargo yo sabía que Patillas Enormes era un tipo muy pasado, y de lo peor. ¿Cuánto se puede confiar de un tipo que lleva un pañuelo rojo amarrado en la cabeza? Y ahora que lo he visto un par de veces, ya no es tan pasado como lo era en aquella época, hace tan solo unos años, lo que demuestra que el tiempo pasa para todos. Incluso para Patillas Enormes, que en aquella época era un hippie de lo peor. Después de salir a su casa, ambos tomaron la misma dirección que yo. Patillas Enormes vestía una camisa a cuadros y un pantalón blanco (medio teñido de rojo) y bajo la camisa llevaba un polo blanco y seguía con aquel pañuelo tan ridículo amarrado en la cabeza. Y yo los miraba a ambos como hipnotizado, mientras ellos hablaban de tantas cosas y discutían marihuaneramente de literatura, hasta que llegados a un pasaje sucedió lo que iba a suceder, Patillas Enormes sacó de un pomo fosforescente lo que parecía ser un canuto enorme. A lo que yo dije:
- Vaya, ¿en serio piensan fumárselo...?
Y Patillas y Gustavo sonrieron y me miraron como si yo fuera un idiota.
- Claro. Vamos, Carlos Ernesto, fuma un poco.
Y claro, yo no me rehusé a hacerlo, en ningún momento, siempre he sido lo suficientemente valiente para todo, y aún así, mientras caminábamos fumando, me pregunté cuántos años tendría Patillas Enromes, y me pregunté cuanto tiempo pasaría hasta que llegara la policía, porque estábamos sentados, y cuántos años se llevarían de diferencia ellos dos, y me pregunté por qué eran tan amigos, y por qué Patillas Enormes vivía solo, ¿por qué? ¿por qué?... Gustavo y su amigo hippie reían a carcajadas, mientras tardecía suavemente en Chacarilla, cerca al colegio. Una nube transparente obscurecía el cielo atravesando su raíz de esquina a esquina, bajo la sombra de un árbol nos detuvimos y ellos llamaron a la puerta. Ya habían apagado el varulo. Patillas Enormes tocó el timbre un par de veces, mientras Gustavo me explicaba por qué intentaban reunir treinta y seis soles, cuales eran las diferencias entre la Roja y la Buena Hierva de Lujo. Me explicaba que la que acabábamos de fumar no era cualquier cosa, claro que no, era un Roja, pero no cualquier Roja, había sido una Buena Roja, que no era lo mismo a una Buena Hierva de Lujo...
Y entonces ellos me presentaron a un sujeto de mediana edad, de contextura cuadrada, que respondía al nombre de Marc, dependiendo un poco de su estado de ánimo y de la gravedad del asunto. Por lo que yo me quedé medio dormido mientras avanzaban las ideas polifónicamente, y mientras este tipo se sentaba encima de una de las gradas de su casa a esperar el anochecer, y mientras yo sigo tieso, y contemplando una triste esencia desperdigada, oblicua, convexa y malformada, y resulta que este tercer tipo al que acabo de conocer (y que según parece ignora por completo mi existencia) cuenta un chiste, que consiste en este otro tipo, llamado Walter, o el papá de éste, quién necesita ver urgentemente a su hijo recién nacido (o sea, a Walter) y una enfermera le comunica que este niño, llamado Walter, no está entre los recién nacidos, y que tiene que subir al segundo piso, donde dice NIÑOS FEOS, cosa que el papá de Walter sube y no encuentra a su hijo por ningún lado, y una enfermera alarmada le dice que suba hasta el tercer piso, donde parece que dice NIÑOS AÚN MÁS FEOS, a lo que el papá de Walter, obviamente mortificado, al no encontrar a su hijo le dice a la enfermera “debe haber un error, no he encontrado a mi hijo”, así que el señor (quien al parecer, carece de buena fortuna) es mandado por la burocracia reinante en las clínicas del estado al cuarto piso, donde reza la inscripción NIÑOS HORRIBLES, y es cuando el papá de Walter piensa “¡Oh Dios mío!, pero ¿qué he hecho?” y al no encontrar a su hijo, furibundo tropieza con una monja de la clínica, a quién le grita: “¡Quiero ver a mi hijo!” y la monjita le pregunta: “dígame señor, ¿cómo es que se llama su hijo?” y el papá de Walter, enloquecido, le grita: “¡Walter! ¡Mi hijo se llama Walter!” y la monjita dice “Ohhh , ya veo...” así que el papá de Walter es mandado al decimoséptimo piso, al techo húmedo entre la llovizna donde está escrito: WALTER, EL NIÑO MÁS FEO DEL MUNDO...

domingo, setiembre 19, 2004

Margarita Nafta

Cuando Margarita llega a su salón, es feliz. Ciertamente, es muy feliz. Deja su mochila de color chillón sobre su carpeta. ¿La tarea? Margarita que es una chica buena, de mirada vistosa, responsable y, además, se viste bien Por eso tiene su tarea hecha y está en el A. ¿Qué más quieres que te diga? Toda ella, menea su culo y baja las escaleras, busca a sus amigas, pero ¿Qué pasa? Todavía es demasiado temprano, señorita, todavía sus amigas están holgazaneando enfrente, copiando la tarea, fumando cigarrillos. Usted, que es una niña buena, suba y mire la ciudad desde la escalera. La ciudad, que a estas horas es nebulosa, triste y húmeda........
¿A dónde vas?
Margarita conversa con Gina en medio del salón. Da un saltito, baila, mueve su cuerpo que es saludable y tiene la forma ¿Qué más? Bueno, pues es linda -Bien, lúcidos dieciséis para ella- Pero, entonces ¿Qué pasa? Llega Natalia ¿Quién? Natalia, pues. Que según Margarita, es chistosaza y buenísima gente -Claro, para quien la aguante-, se echa a reír a carcajadas Esa bulla hilarante y descontrolada que rodea, que se pasea por todo el colegio y que perturba, choca contra mí y es casi como una de agresión, un atentado ¿Natalia? Sí, lleva poco consigo pero es un árbol de navidad andante. La que conversa y habla con todos -la chica del millón de amigos-, la que abre sus dos brazos y grita con todas sus fuerzas, pero no dice nada. Entonces las tres se callan. Por un segundo no saben qué decir. Gina empalidece, no ha comido en tres días -pasa por su peor etapa con esto de la Anorexia-, y es como si no tuvieran nada más qué decir. Parece un milagro, una iluminación divina ¿Es que reaccionaron, se volvieron seres pensantes?.........
¿Qué? ¿Sí? ¿En serio?
No, claro que no.
Se ríen de lo tonta de la situación y deciden jugar a ser las Chicas Superpoderosas antes de que suene el timbre. Una persigue a la otra por el colegio, por todo el patio, el Quinto C y los salones de cuarto. Porque claro, ellas los conocen -Puede ser que no hablen con ellos, pero los conocen- No me pregunten por qué. Luego, cuando por fin se cansan de correr y se apoyan contra la pared, deciden conversar de lo que cada una hizo durante las vacaciones Chicas ¿qué hicieron? Margarita se dedicó días enteros de incomprensible expectación a comprarse ropa en Ripley. Ropa de invierno, por supuesto pues, señorita, porque ya es Junio. Me compré ese jean negro, que tiene el borde allí.........esta chompita de la que te conté, que le pedía a mi mamá plata pero..........me lo compré, igual, porque necesitaba ropa...........porque la ropa es lo más útil que hay, pues..........me corté el pelo, mira, adelgacé dos kilos...........dieta, tengo que ir al gimnasio.............terminaron, volvieron, terminaron otra vez...........SOS, estoy gorda...........vegetales y pastillas, vegetales verdes...........-superficie, superficie, superficie-
cuando llega el profesor de Álgebra, se supone que algo allí se tranquiliza un poco, algo. Luego suena el timbre que comienza con la hora muerta, y cuando terminamos nuestro maldito Examen de entrada -donde se evalúa nuestra Capacidad de Copia y Rapidez Visual-, comienzan dos horas en las que muero. Desde el exilio humano, atento, contemplo caras inexpresivas y experimento alucinaciones inalterables, una realidad apática. Margarita, en cambio, sigue siendo feliz. Porque se lo merece, pues, ¿por qué más?. Desde atrás me repito que tengo dignidad, lo digo callado cuando no dejo de contemplarla días enteros. Cuando suena el timbre es bueno, me despierto y Margarita sube las escaleras pasito a pasito, mientras juega con su amiga Chichí. Allá, en la cafetería, forman un círculo, dicen que son la gente Que son la Promo. Lo son, eso es excelente..........Burlas, y la moda encima de su cuerpo. Guille, que no es nada en particular, abraza a una y a otra, mientras se las imagina bañándose desnudas y pasándose la esponja entre las piernas. Pero Margarita allí, me parece algo solitaria. Se queda mirándolos mientras subo a comprar. Por un segundo la contemplo así, y ella me mira. Busco mi monedero y la vuelvo a ver, algo me extraña. Volteo y me percato de que no hay en realidad nadie alrededor mío. Pienso entonces en que me va a dirigir la palabra. No le tomo mucha importancia, en realidad, pero aguardo cuando ella, en cámara, lenta se me acerca ¿y qué pasa?, no lo sé, algo anda mal ¿va a expresarse en realidad por su propia cuenta? va a decir por fin algo que tenga sentido y que yo pueda entender. Me mira -Por primera vez creo que lo hace en serio-, abre la boca y
¿Qué dice?
Pues, me dice: ¡Yo!
¿Ah? ¿Cómo? ¿Qué?
Eso fue lo que me dijo. Lo único que sabía decir:
- ¡Yo!, ¡Yo!, ¡Yo!........
Entonces agaché la cabeza, la miré desde el piso. Soy un gusano, le dije, soy un insecto grande.........una cucaracha enorme. Y Margarita me mira, confundida, tambalea un poco. Sonríe.
Cuando me largué y desaparecí de nuevo, Margarita imitaba un comercial de televisión, probando una galleta, describiendo su sabor. Mirando su reflejo en una de las ventanitas que hay allá arriba, en la cafetería.
Terminó el descanso y Margarita baja las escaleras saltando un tantito, escalón por escaloncito. Cuando llega al salón, se sienta en su carpeta, mira a alguien y conversa. Mientras la miro atendiendo al profesor de Anatomía, pienso que dentro de todo Margarita madurará -tendrá que hacerlo-, y será una gran persona: cocinará, planchará, educará -eso sí, será buena madre-, organizará fiestas infantiles y dedicará todo su amor a sus hijos. Porque ella sabe querer, amar, vivir. Y eso es lo más importante, lo sé. Será un tanto vanidosa -Ok, no lo voy a negar- pero, la verdad, es que de alguna manera la justifico. Yo, maldita sea, que siempre creí eso de Pisa dos veces tierra...........
Durante el segundo descanso, Margarita sube y hace lo mismo que hizo durante el primero. Conversa con Natalia porque Francisco y Luaciana volvieron -¿pero qué tendrá eso que ver?-, cuando llega Marrano que es un señor chancho, abraza a Natalia y hace un par de payasadas refiriéndose a mí -tres hurras para Marrano: ¡Hip! ¡hip! ¡hurra!- Entonces Margarita le toca la pancita que se mueve gelatinosa. Entonces Marrano se pregunta preocupado si está gordo o no -justo el sábado iba a salir con una chibola de Tercero y no, pues, no puede estar gordo- Y ahora, señor chancho ¿quién podrá ayudarlo? Marrano saca de su bolsillo una liga y se la acomoda en el pelo, para verse más guapo, pues, claro -¡Jaaa!, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!- y Margarita se queda mirando el cielo, que es pálido, completamente pálido. Me pregunto entonces ¿Qué pensará de todo esto?
¡Qué sé yo!
Timbre, señorita. ¿Qué hace allí parada? Vaya otra vez a su salón que se le hace tarde, vaya que le cierran la puerta en su cara. De nuevo, en el salón. Y alguien ha escrito en la pizarra Te arrancaría la ropa con los dientes. Y otra vez, de saltito en saltito, llega allí adelante y con la mota borra aquello que es tan feo. Porque, señorita, ¿quién escribiría algo tan feo?.
Cuando suena el timbre de salida, después de Geometría, camino entre la gente tristemente olvidada en el camino de los días De verdad, muchachos, me gustaría volver a ser el que fui, pero queda lejos..........muy lejos. Demasiado lejos. Margarita cruza la pista moviendo su culo otra vez debajo del jean apretado, y sonriendo, jugando. No hay nada que hacer ¡Es una chica feliz! En Rovegno la saludan, juegan con ella, fuman mientras las tutoras tratan de impedirlo. En fin, Margarita y sus amigas descansan tumbadas sobre la vereda -dizque van a asesoría y después regresan-, le dan una calada a su cigarrillo y contemplan el atardecer de una manera indiferente, casi déspota..........Margarita también va a comer a La Caravana, y no fuma -dice que ya dejó la nicotina hace un año-, y ella siempre cumple lo que promete -claro que sí, por supuesto- Algunos de los de allí desparramados existencialmente, se quedan a academia y entran al colegio a eso de las cuatro. Margarita también se queda a academia, y estoy seguro ella sí va a ingresar. Porque la especie de Margarita es de la de las chicas con suerte, que felices y con mucho sacrificio construyen familias de gente buena, que sí vale la pena:
- No nos importan los malditos perdedores.
Margarita llega saltando a Rovegno y conversa con alguien, come galletas y entra al colegio en manada. Se sienta bien calladita en clases, se manda cartitas con alguien, le escribe “se feliz” a Cucho junto a una sonrisa en su frente -algo que Cucho lleva escrito su frente- Porque Margarita es buena, de verdad que es buena ¿Qué? ¿No me crees? Anda tú mismo, y pregúntaselo. Anda, mira, ahí está: Margarita ¿Eres una niña buena?
Margarita nos mira fijamente, hace un gesto. Y sonríe.
- Claro- dice, acomodándose el pelo.
Es un hecho. No es manipulación, claro que no Ni tampoco apariencia, nada que ver. Hay que creer de verdad que esta criatura del señor, es capaz de amar de corazón a cualquier ser viviente sobre esta tierra -sí, por supuesto- Así es. Ahora lo entiendo mejor No son solo cuerpos, sino que también se amoldan por dentro. No solo se dignan a seguir un patrón, sino que también lo desarrollan. Entonces, unos alcanzan su meta y son mejores; y otros -como el Marrano- no. El hecho es que, en realidad, hay una estrella en el firmamento, y es completa y totalmente inalcanzable para mí. Porque la gente común es buena, tienen sentimientos y todo. Ahora lo entiendo. Las normas sociales están bien, son buenas, sólo que se aplican hipócritamente.
Margarita no hace como yo, ella sí tolera y es amable con todo el maldito universo. Es capaz de apreciar al más vil gusano, a cualquiera menos a mí. A mí no, porque soy una basura que no respeta nada. A nadie, ni siquiera a ella la respetaría. Chichí se percata de mi presencia, voltea. Me mira a los ojos.
- Me gustaría volver a ser el que fui -le digo-, pero queda lejos.
Entonces ella Chichí se queda inmóvil. Me mira asustada.
- ¡Quemado! -me dice, y se aleja corriendo.
¿Ya ven?, la gentita de la Promo es así. Margarita que se mantiene de pié mientras baila frente a la pizarra. De verdad, me gustaría poder hacer algo, pero ya es muy tarde -Debo ser insignificante- Cuando cruzo el umbral de la puerta del colegio, ya es de noche. A unos metros de mí veo a Margarita de espaldas cruzando la avenida de un lado a otro. Me subo a la primera combi que dice U. de Lima, y una vez allí adentro la veo parada sobre la vereda mirándome atenta, mientras desaparece entre la ciudad que se esparce alrededor suyo. Y entonces me llega esa sensación, de que está mirando a otra persona y no a mí.

sábado, setiembre 04, 2004

más amistad!!


dibujos de bill ------> bill es lo máximo!!!

Alrededor del “pentagonito” en San Borja algunas secuoyas mecen sus ramas al compás del viento, durante el atardecer. Algunos cuantos metros más a mi derecha, algunos niños fuman mucha marihuana y beben cerveza abstraídos por la noche (catarsis, del encanto) y me dedico a avanzar un poco más...
La noche me encuentra escapando de clases, y moviendo las sombras de los pies un poco por delante y un poco por detrás, secándome el sudor en la frente (de caminar miles de metros en la nada) y en una banca que es una espera, y que nunca antes había visto por aquí, y que ahora es una cama de hospital...
- Malena trabaja y vive a unas cuantas cuadras de aquí -pienso.
La noche me atrapa. Escucho una música extraña. Las risas de un par de enamorados caminar. Reconozco la letra de la canción. Intuyo que proviene de una de las habitaciones de una de las casas de alrededor. Y me estremezco. Y luego escucho a la pareja de enamorados correr... Una brisa me sacude el pelo (engominado y quieto) mientras expongo mi sombra a la luz de la luna, y el viento corre.
Sentado bajo las raíces de un árbol enorme y viejo (extraño, muy fuera de mí) y sentado bajo lo que es un poste de luz viejo, encorvado y amarillo, observo excremento seco de palomas en el pavimento, mientras reconozco entera la letra de la canción que suena dentro de la casa y que puedo escuchar de puro milagr. Uno de los niños ebrios orina muy cerca de aquí, escondido detrás de un árbol, que es casi igual de viejo que el mío.
- ¿Y ahora qué vas a hacer, Michael? -me pregunto.
Me pongo de pié. Doy un par de saltos. Husmeo el interior de la casa. Admiro la decoración y la media luz imperante en el ambiente. Había una ventana cerca a la puerta, y aquella ventana estaba corrida del todo. Por afuera, la casa tenía un color medio lúcuma, y el interior y la forma de ella eran medio como contemporáneos.
Escuché unos pasos. Di una la vuelta y sonreí. Así me hubiera echado a correr, sería imposible pasar desapercibido. Todavía se escuchaba al fondo alguna otra canción.
- Disculpa...
La imagen de una mujer hecha y derecha me heló la sangre. Luego de desesperarme un poco, pude ver que lo único que ella quería era sacar la basura y nada más. Me preguntó por qué estaba solo en el bosque y esto me llamó la atención.
- ¿Bosque?
Yo ya me había hecho la idea de volver a casa temprano.
¿Qué más iba a hacer?
Sin embargo no podía, porque era lunes, y supuestamente estaba en clases.
- No lo sé...
Me pregunté qué habría visto.
¿Qué había para ver?
Además es todo tan tedioso...
Luego me di cuenta que llevaba el pelo mojado, y que tenía bonita cara, bonita nariz, bonito cuerpo. También me di cuenta que estaba muy informal, que llevaba un buzo apretado, un polo, unas medias, un short (¿?), unas hojotas (que no me molesté en ver), y una que otra sonrisa debajo de la manga. Había salido de una puerta trasera inimaginable, a una cochera sin carros que tal vez no esperaba a nadie. Otra vez se me heló la sangre en el cuerpo.
Malena rió.
Y yo también me reí.
- No sé. Mis hijas dicen que es un bosque. ¡Ja, ja!, y no sé qué pensar, porque de verdad parece un bosque, ¿no crees?...
Asentí.
Ambos miramos el bosque. Habían caminos sinuosos, árboles inmensos y postes de luz amarillos. También había una noche decadente y angular.
- O sea, como que la palabra parque le queda chica ¿no?
Esperé unos minutos, confundido.
- ¿Cómo te llamas, hijo?
- Me llamo Michael. ¿Y Ud.?
- Yo me llamo Malena... pero nada de Ud. ¿OK? -Hizo un ademán indescriptible. Luego hizo una mueca extraña con la cara- Me haces sentir más vieja que de lo que en verdad soy... -Malena volvió a echarse a reír. Había dejado la basura hacía rato. Ahora me miraba fijamente mientras reía.
Yo no sabía qué pensar.
Luego la miré de arriba abajo (tengo la mala costumbre de mirar en otras direcciones mientras converso con alguien) y entonces cambié de postura las manos. Malena me invitó a pasar y a tomar una tacita de café.
Me pregunté si me había confundido con alguna amiga suya.
- ¿Sabes que tengo hijas como de tu edad?
Me pregunté qué significaba eso.
- Ya sabes, te las podría presentar si quieres -recuerdo que aquella vez Malena me guiñó un ojo.
- ¡Ja, ja, ja! Lo tomaré en cuenta, Malena -le respondí, después de un rato.
Hicimos buena conversa. Había entrado por la puerta trasera que daba a una cochera interior. Ahí supuestamente vivía el perro, porque había una casita de madera vieja, intacta. Malena me comentó entonces que su perro había muerto. Yo le di la razón (¿?). Practiqué un suspiro. La cocina era de mayólica negra, muy contemporánea. La mesa era de metal.
Me pregunté qué edad tendría la mayor de sus hijas. ¿Doce, trece años?
Luego me invitó a pasar a la sala. Admiré por un momento los cuadros y la atmósfera. Había entrado a la sala que había visto desde afuera. Escuché algunos boleros que sonaban desde arriba. Pronto se me hizo la noche inquieta.
- Disculpa, dejé la música prendida... -Malena agitó sus piernas y subió las escaleras trotando. Me pregunté si ella también correría alrededor del “pentagonito” por la mañana.
A los minutos, cuando ya me había sentado en uno de los sillones y miraba con desdén un cuadro con motivos indígenas, me inquieté del todo y subí las escaleras. Escalón por escalón. Revisé los posible finales, algunos juegos mentales abstractos. Un bolero que no dejaba de sonar.
Y me pregunté:
- ¿Por qué a alguien como Malena le gustan los boleros? Y, ¿por qué alguien como Malena no escucha mejor The Carpenters?
Una nube de humo me tapó la cara. Malena se había sentado en una cama de una sola plaza, en un cuarto que supuse sería de una de sus hijas mayores. Entonces me di cuenta que Malena tenía cuarenta años. Entonces vi a Malena como una mujer de cuarenta años en busca de placer: carnal, moral, reivindicativo...
- Que bueno que hayas subido.
Tiré la colilla del último cigarrillo, exterminé los recuerdos fumé como un loco toda la noche, el niño que orinaba cerca a mí se fue, escoltado por sus demás amigos ebrios que desaparecieron entre la bruma incandescente de las secuoyas y su luna. Luego se volvieron amarillos hasta que se perdieron fuera de mi alcance visual, caminando hacia lo que parecía ser Surquillo. Suspiré.
Prendí otro cigarrillo. Intenté tranquilizarme. Decidí caminar hasta la avenida Primavera, para volver a casa. Y antes de eso, en el camino, me detuve a contemplar un enorme monumento por la gente muerta durante los diez años de guerra interna, de terrorismo. Y pude ver a un tipo de pelo encrespado que reconocí como amigo de Melisa en menos de un segundo. Procuré alejarme.
Gustavo estaba vestido extraño. Llevaba un saco medio colorido, blanco con motivos rojos y a cuadros, medio como de los sesentas. Se pararon justo frente al monumento, frente al “pentagonito” a fumar. Una chica, un poco baja de estatura, con el pelo rojizo, era el centro de atención de todos. Antes de que se dieran cuenta de mi presencia, desaparecí, dejando de pensar en Malena, de cuando me llevó a su cuarto y lo demás: una televisión de cuarenta pulgadas, una cama con frazadas de lana blanca y un baño enorme con jacuzzi. Cogí mi maleta, y me fui. Como si no me fuera difícil ya de por sí, intentar ser abogado...

,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,
Asu! he superado un bloqueo que me ha tenido más de 1 mes sin escribir. Supongo que ahora terminaré la segunda parte de mi esperada novela. Con esto demuestro de que en la adversidad el artista florece. Agradezco a daniela por darme un amor que no merezco.
Te amo, dani!!